Si usted estaba buscando un milagro en la calle 34 en Manhattan ayer, podría haber caminado por el medio de la Quinta Avenida, donde todos los vehículos, salvo los de emergencia, están prohibidos, y entrado a Macy’s en Herald Square, donde el piso de cosméticos estaba encantadoramente vacío. Había algunos placeres en el segundo día de la huelga de transportes en Nueva York, especialmente si a usted le gusta el helado aire del invierno y caminar, caminar un montón. También era un buen día para conocer a extraños, siempre y cuando no le importara que eso sucediera estando apretujados en el asiento trasero de un taxi.
Pero nadie necesita decir que la huelga que cerró el sistema de transporte más grande de Estados Unidos desde el martes no es buena para todos, especialmente en los últimos días antes de Navidad, cuando las cajas registradoras deberían estar zumbando. La ciudad está perdiendo 400 millones de dólares en ganancias por día de huelga, y los que más pierden son los negocios minoristas y la industria turística. “El momento es el peor”, dijo José Gout, gerente de Rice, un elegante restaurante italiano en la calle 54 que normalmente considera esta semana como la más ocupada del año. Las cenas el martes a la noche habían disminuido un 40 por ciento, dijo ayer. Aún peor, la mitad de su personal o bien llegó tarde o no apareció para nada, y él mismo logró llegar desde Queens en bicicleta.
“Probé tomar un taxi, pero se movió dos cuadras en diez minutos y yo no podía llegar tarde. La vuelta a casa a la una de la mañana fue lamentable.” La única salvación fue una camioneta de la Cruz Roja estacionada en la calle 59, donde le dieron agua y una barra de cereal. “Si esto continúa más tiempo, estaré al borde del suicidio”, dijo Mitchell Modell, de Modell Sporting Goods, con sucursales por todo Manhattan. “Si sigue durante una semana entera, las ventas podría reducirse un 50 por ciento”, predijo Burt Flickinger, un consultor de la industria minorista en Nueva York que considera que las pérdidas en la ciudad posiblemente alcancen los 1000 millones de dólares. “El impacto económico podría ser bastante atroz.” Los expertos dicen que, salvo que termine pronto, podría tener un efecto negativo en el conjunto de la economía estadounidense.
Pero anoche no había señales de tregua entre la Autoridad de Transporte Metropolitano y sus 30.000 trabajadores, representados por el Sindicato de Trabajadores de Transporte, y no estaban programadas negociaciones cara a cara. Una multa de 1 millón de dólares por día que el martes el juez Theodore Jones le impuso al sindicato lo colocó bajo presión para ponerle fin a la huelga. Ayer el juez redobló la presión, amenazando con poner en prisión a los líderes de la huelga por desobedecer su orden de cesarla.
“Es terrible”, se lamentaba Crystine Nicholas, presidenta de New York & Co., que promueve la industria turística de la ciudad. “Tenemos muchas cancelaciones, grandes cancelaciones. Los turistas no compran todo lo que quisiera porque no quieren cargar con los paquetes hasta sus hoteles si no pueden tomar un ómnibus o un subte.”
Pero para muchos ayer en la Ciudad Gótica se trató nuevamente de sacar el mejor provecho de una situación desastrosa. Los turistas que ya estaban en la ciudad, como Lorraine Hall, que venía de Carolina del Sur, no estaban mayormente alterados por la huelga. “No vine aquí para sentarme en una habitación de hotel, y mientras mis pies me lo permitan, seguiré caminando.” En Rockefeller Plaza, con su árbol de Navidad, Elain Kovacs estaba casi encantada con las calles vacías. Ella y su marido y sus dos hijas patinaron sobre el hielo, tomaron el desayuno con Santa Claus y usaron bicicletas para llegar al emporio de juguetes FAO Schwartz. “No fue para nada malo”, dijo.
En el hotel W, en Union Square, un portero tiritando de frío dijo que la mayoría de las preguntas eran de huéspedes que temían perder sus aviones. A la mayoría les aconsejaba que trataran de tomar un taxi hasta Grand Central, o caminar las 25 cuadras”, para tomar el ómnibus expreso hasta elaeropuerto. Dentro del hall, Jan Noll, una agente de seguros de Atlanta de 55 años, estaba feliz porque había reservado una limusina unos días antes para llevarla hasta La Guardia. Pero ya llegaba tarde. “Llegaré a casa cuando llegue a casa.” En cuanto a la reunión por la que había venido, había sido cancelada.
Un hombre que no tenía intención de faltar al trabajo tres días antes de Navidad era Willy Merna, de 55 años. Con su cuello duro blanco debajo de su chaqueta de invierno, es el capellán principal en el Hospital Beth Israel, cerca del East River. “Los pacientes están ahí y necesitan cuidado.” Pero su viaje fue “mejor que habitualmente”, dijo. Como muchos otros empleadores en la ciudad, Beth Israel desplegó una flota de automóviles para llevar y traer a los empleados hasta el trabajo.
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