Lima, 28 ene (PL) Probablemente jamás en su vida en su vida militar el teniente coronel en retiro Ollanta Humala estuvo sometido a un fuego tan graneado como hoy que postula a la primera magistratura del Perú.
Hacia fines de septiembre del año pasado, cuando su nombre no aparecía en las encuestas sobre intenciones de voto, sobre el líder nacionalista no volaban ni balas de salva.
Tampoco a mediados de octubre, pero ya entonces un sondeo indicaba que entre las agrupaciones con cierto respaldo hacia el Congreso figuraba una fuerza vagamente denominada Movimiento de Humala porque ni siquiera estaba constituida como partido.
Apenas 10 días después, otra encuesta situaba al ex militar en el sexto puesto entre los eventuales presidenciables con un nada amenazante 3,4 por ciento, lejos del 28 por ciento que mostraba la derechista Lourdes Flores.
El 13 de noviembre Humala escalaba al cuarto puesto en el favor del electorado, pero aún sin causar sobresaltos por marchar bien detrás de Flores y algo distante de los ex presidentes Alan García y Valentín Paniagua.
Cuatro días después ya comenzaba a ser mirado con seria preocupación porque una nueva encuesta lo colocaba tercero en la apreciación de los votantes, delante del centrista Paniagua y a menos de un punto del aprista García.
A la sazón ya comenzaba a tachársele de fascista, de antisemita, de antichileno y de tener vínculos con sectores fieles al ex presidente Alberto Fujimori (1990-2000) o a su ex asesor, el tristemente célebre Vladimiro Montesinos.
Los ataques de grueso calibre no impidieron otros con sabor a chismecillo de barracón militar, como que Humala había robado a un compañero de armas una mochila con mil 500 dólares.
El 28 de noviembre los líderes de los partidos tradicionales peruanos y sus candidatos tuvieron un amargo despertar: un nuevo sondeo situaba a Humala en segundo lugar, a 10 puntos de Flores y dos por encima de García.
Ya comenzó a decírsele, además, que era un anti-sistema que de llegar al gobierno destruiría las instituciones democráticas, nacionalizaría sin compensaciones las empresas extranjeras y enquistaría al país en una concha de hermético nacionalismo.
En diciembre, sucesivos sondeos confirmaron a Humala en ese puesto e incluso uno del 26 de ese mes lo catapultó al primero, media unidad por encima de Lourdes Flores y varias por delante de Alan García y Valentín Paniagua.
De entonces acá, el ex teniente coronel ha estado sometido a un fuego político más cerrado que el que jamás soportó durante sus años de lucha antisubversiva.
A Humala vienen "disparándole" de todos los flancos y con todos los calibres, en una serie sucesiva de ataques que si tal vez no son fruto de un plan estratégico único, tienen la clara y común intención de bombardear su candidatura hasta demolerla.
Uno de ellos intenta asociarlo con el asalto protagonizado hace algo más de un año por su hermano Antauro contra una comisaría en la localidad sur-andina de Andahuaylas para exigir la renuncia del presidente Alejandro Toledo.
Otros tienen que ver con las fuentes de financiamiento de su campaña electoral, un papel que lo mismo se le ha endosado al presidente venezolano, Hugo Chávez, que a la guerrilla colombiana.
Más recientemente, en una trama llena de embrollos aún no dilucidados, un ex dirigente del partido por el que postula Humala contrató a un sicario para asesinar al secretario general de la agrupación de modo que las culpas recayeran sobre el presidenciable.
La última acusación contra el líder nacionalista es quizás la más grave de cuantas se le han hecho y no sólo porque fue planteada ante el Ministerio Público, sino por la influencia que pudiera tener sobre el electorado, más allá de si resulta fundada o no.
La víspera, el congresista Gustavo Pacheco lo denunció por presuntos delitos de lesa humanidad y colaboración con el régimen de Alberto Fujimori.
Según Pacheco, el ex militar cometió excesos contra la población civil cuando en 1992, bajo el seudónimo de Carlos, dirigía una patrulla en la base antisubversiva de Tingo María.
El legislador manifestó también que si en octubre del 2000 Humala se alzó en una guarnición del sur del país no fue para provocar la caída de Alberto Fujimori, sino para facilitar la fuga del país de Vladimiro Montesinos ese mismo día.
Observadores han señalado que ni aquellas ni otras acusaciones podrán probársele a Humala, bien por carecer de fundamento, bien porque no se encontrarán pruebas para sustentarlas.
Lo cual no quita que Humala seguirá bajo fuego graneado hasta el mismísimo 9 de abril en que serán las elecciones, ni que el saldo de tan negativa propaganda se hará sentir en las encuestas.
sábado, enero 28, 2006
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