Es importante recordar nuestra historia. Más que para llorar a los mártires, para incorporar sus experiencias como cimientos que nos permitan construir nuestro proyecto de emancipación. Y esto pasa precisamente, por revisar los sucesos del 4-F-92. Para ello, es importante recordar el contexto que se vivía en la época.
Ahora bien, hablar de Golpe de Estado para el momento, era revivir la peor pesadilla para los Pueblos latinoamericanos. Durante tres cuartas partes del siglo pasado, uno a uno fueron cayendo los gobiernos progresistas, que en la mayoría de los casos sólo exigían el derecho de los pueblos a su autodeterminación. La estigmatización de los movimientos sociales, fue la excusa para desatar una ola represiva que bañó de sangre la América toda, desde el Río Bravo hasta la Patagonia, todo magistralmente dirigido por la CIA, órgano que por tradición hace el trabajo sucio, necesario para mantener la hegemonía política y económica de un imperio (que se cree por derecho divino) dueño de nuestros recursos y destinos.
En los años 90, Venezuela había sufrido los embates del neoliberalismo, a partir de los cuales se intentó privatizar los derechos económicos, sociales y culturales (dígase, salud, educación, seguridad social, etc.) y debido a estas pretensiones, el 27 de febrero de 1989, el Pueblo salió a las calles a reconquistar el fruto de su trabajo, presentándose así en la escena, una señal clara de la crisis del sistema político. Esta rebelión popular, fue brutalmente masacrada por el gobierno de turno, represión que produjo frustración y a la vez expectativas de cambio en los sectores sociales. Ya para 1992, las Fuerzas Armadas, como actor que jugó un papel en la definición de la vida política del país en todo el siglo XX, tuvo una nueva intervención. Esta vez, un grupo de oficiales de rangos medios (hasta donde es posible llegar en base a méritos), recogió las reivindicaciones que habían sido esgrimidas durante las luchas precedentes, decidiendo llevar a cabo una “aventura” para finalizar con un régimen completamente inmoral; acción bien definida por el compañero presidente Chávez como “Una Quijotada”.
Tanto ayer como hoy el Pueblo, desde sus organizaciones que debe construir y fortalecer, le corresponde asumir el papel protagónico en las luchas que conduzcan a la revolución de las estructuras sociales, económicas y políticas, para llevar a cabo un modelo de sociedad justo, humano e igualitario. Nuestra labor como sujetos políticos tiene que centrarse en la creación de propuestas para la edificación del poder popular, sin dejar de lado la constante autocrítica; todo esto, imprescindible para poder enfrentar las próximas agresiones de los enemigos de adentro y de afuera, y finalmente profundizar la revolución.
¿El 4-F es acaso medianamente comparable con la tradición golpista que impusieron aquellos dictadores, que con el pecho lleno de condecoraciones y hablando de patria, entregaban todo nuestro patrimonio y obedecían sumisamente a los caprichos imperiales? Si entendemos por Golpe de Estado, el colapso que un gobierno sufre ocasionado por una subversión, por lo general proveniente del ejército; entonces no cabe duda que el 4-F fue un golpe de Estado. Pero, ¿Qué legitimidad tenía un gobierno que al poner en acción su “paquete” de medidas económicas, arrastró a las clases populares a la miseria y que antes de cumplir su primer mes, ya había reprimido con la mayor violencia que se recuerde, la sublevación más espontánea de aquellos que marginados por un modelo social consumista y clientelar, optaron por no aceptar que de un día para otro fueran más pobres y más miserables que nunca? ¿Legítimo un sistema político bipartidista que nunca representó las aspiraciones de las mayorías y sus dirigentes jamás se acercaron a la sociedad, sino para soltar migajas a cambio de votos? ¿Qué clase de democracia mantiene las garantías constitucionales suspendidas? Podemos cuestionar el uso de las armas, pero ¿Qué hubiera pasado si esos hombres y mujeres que lo abandonaron todo para librar una guerra de independencia, se hubiesen quedado sentados y democráticamente, esperaran que el imperio español se cansara de oprimirnos o nos abriera un parlamento? Entonces no habría polémica por unos Símbolos Patrios que ni siquiera existirían. Cuando la opresión no deja espacio para la lucha democrática se abre paso a la lucha armada. La experiencia cubana es un ejemplo emblemático de ello.
Sin embargo, cabe hablar de los errores. Lo que provocó el fracaso del 4-F fue que la insurrección militar, no se convirtió ni provocó una insurrección popular. La vanguardia sea que provenga de grupos disidentes del ejército o no, está condenada al fracaso al enfrentar el “status quo” sin el apoyo de las bases populares. Con el cuatro de febrero, estuvimos identificados moralmente, pero no bastaban las buenas intenciones para transformar al Estado.
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