Washington 04 ene - Jack Abramoff se veía a sí mismo como el frío Michael Corleone de El Padrino. Ante sus colegas, le gustaba imitar al personaje cinematográfico cuando éste respondía a algún político corrupto que le exigía una parte de las ganancias de la Mafia: "Senador, puedo contestarle ahora mismo. Mi oferta es: nada".
Jack Abramoff, de profesión lobbista, es la figura central de lo que podría ser el mayor escándalo del Congreso de EE UU en varias generaciones. El hombre con mejores conexiones en el Capitolio se declaraba el pasado martes culpable de tres delitos: evasión de impuestos, conspiración y corrupción pública. La cuestión que ayer resonaba en la capital de la nación era cuántas carreras más caerán. Abramoff se enfrenta a una condena de 10 años de cárcel tras el acuerdo para declarar contra sus colegas alcanzado con la fiscalía.
Una reconstrucción de la ascensión y caída de Abramoff realizada por el diario The Washington Post la semana pasada muestra sus dotes como habilidoso negociador que explotó la maquinaria del poder hasta sus límites y pisoteó las normas de cómo hacer negocios en Washington, en ocasiones en beneficio de sus clientes, pero en la mayoría de los casos para servir a sus propios intereses y ambiciones. Buscó Abramoff construir la mayor cartera de clientes que nunca tuvo un grupo de presión en Washington. Y casi lo consiguió. Abrió dos restaurantes a la vuelta de la esquina del Capitolio, compró una flota de barcos casino, produjo dos películas en Hollywood, soñó con tener su propio equipo deportivo y fue un generoso benefactor en la comunidad judía al inaugurar una escuela religiosa para varones en Maryland.
Abramoff, de 47 años, está íntimamente ligado al llamado Proyecto de la calle K (calle donde se congregan la mayoría de lobbies de Washington), puesto en marcha por su aliado político -que no amigo- Tom DeLay, republicano de Tejas, que dejó su puesto de líder de la mayoría de la Cámara de Representantes acusado de lavado de dinero. El proyecto nació como un agresivo programa para forzar a las empresas y asociaciones a contratar en sus filas más lobbistas cercanos al Partido Republicano, pero pronto se convirtió en lugar de relación entre miembros del Congreso y firmas que buscaban influenciarlos. Abramoff representaba el ejemplo extremo del tipo de influencia que creció a la sombra del Partido Republicano una vez que éste tomó el control de la Cámara de Representantes, hace 11 años. Según informaba ayer el Post, algunos estrategas del partido del presidente George W. Bush temen que el caso Abramoff impida mantener el control del Congreso en las elecciones de noviembre. Abramoff ofrecía empleos y otros favores -viajes, entradas para costosos eventos deportivos, comidas en restaurantes de lujo- a congresistas y funcionarios del Ejecutivo, y conseguía cargos públicos para sus propios socios a cambio de influencia.
Con la ayuda de Grover Norquist, Abramoff se aseguró un lugar destacado en el equipo de transición del Departamento de Interior cuando George W. Bush fue elegido presidente en 2000. Pero al año siguiente comenzó su caída en desgracia.
Abramoff tenía, además, un problema que pocos conocían. Junto con otro viejo amigo había comprado en el año 2000 una flota de barcos casino en Florida. En 2004 entraba en quiebra y fue demandado por los prestamistas, acusado de falsear una transferencia por las decenas de millones de dólares que había prometido poner en el negocio. Su socio, Michael Scanlon -ex jefe de prensa de DeLay-, admitió haber planeado junto con Abramoff desviar los millones de dólares recaudados de tribus indias que buscaban atención política en sus fraudulentas operaciones de juego. La persona que les vendió los casinos, Konstantinos Gus Boulis, apareció muerto en el más puro estilo de la Mafia. No en vano, un asociado de la familia Gambino está entre los detenidos por la muerte de Boulis.
Bajo el escrutinio de los tribunales se encuentran ahora sus socios más cercanos y al menos media docena de congresistas, entre los que están DeLay, Robert Ney, John Doolittle y el senador Conrad Burns. Pero la Galaxia Abramoff se extiende por todo Washington. La pregunta que aterroriza a la capital es cuánto y hasta dónde.
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