jueves, enero 12, 2006

La prensa estadounidense ocultó el secuestro de una periodista en Irak

11 Ene.-Durante tres días el primer secuestro de una periodista estadounidense en Irak parecía, para quien hubiera visto la noticia perdida en algún medio de comunicación europeo, una alucinación, ya que no fue recogida por medios estadounidenses.

Ni siquiera el Christian Science Monitor, al que estaba asignada en el momento del secuestro según la escueta nota de Reporteros Sin Fronteras.

Ayer, la noticia estalló en EE.UU. con una explicación: los medios pactaron para encubrir este secuestro y facilitar así los primeros intentos de negociación, de los que nada se sabe. Sólo ahora se puede cotejar que Gill Kelly, como la identificó erróneamente el sábado la organización de Prensa, se llama en realidad Jill Carroll.

La joven, de 28 años, vio la oportunidad de convertirse en corresponsal extranjero cuando fue despedida del Wall Street Journal hace tres años, donde trabajaba como asistente de periodista. En la Casa Blanca sonaban con claridad los tambores de guerra, por lo que Jill Carroll, con seis meses de anticipación, buscó trabajo en la sección de negocios del diario The Jordan Times.

Su objetivo era aprender árabe antes de su inmersión iraquí, para la que decía no tener prisa. Carroll no se mudó a Bagdad hasta octubre de 2003, casi seis meses después de que George W. Bush diera por terminados los combates. Entre los medios para los que ha colaborado destacan la agencia de noticias italiana Ansa, el diario The San Francisco Chronicle y The Washington Post.

Vestía como una iraquí

Se tiñó el pelo con «henna» (alheña), se deslizó dentro de una túnica negra y se cubrió con el característico pañolón musulmán. Con este atuendo y sus conocimientos de árabe entrevistaba a iraquíes por las calles de Bagdad.

Era cuestión de tiempo. La emboscada del sábado estaba perfectamente planeada, según su chófer, que sobrevivió al asalto.

La periodista dijo a su chófer y a su traductor que a las 10 de la mañana tenía una entrevista con Adnan al-Dulaimi, prominente político suní, que no sólo no era consciente de tal cita, sino que a esa hora tenía una reunión en otro lugar. Tras esperarle 25 minutos, Carroll decidió retirarse.

A menos de 300 metros, un hombre bien vestido detuvo el coche a gritos. En cuestión de segundos, sus compañeros sacaron de un empujón al chófer, y se introdujeron junto a la periodista y su intérprete. «No duró más de 15 segundos», contó el chófer. El hombre que le había interceptado se quedó para despedirle con desprecio. «Lárgate de aquí, bastardo», le dijo antes de disparar junto a él.

Tres horas después alguien recibió una llamada que procedía del móvil de la periodista. «La persona a la que pertenece este teléfono está muerta, ¿pueden venir a recogerla?», decía la voz al otro lado. El teléfono había sido encontrado sobre el cuerpo de Allan Enwiyah, su traductor de 32 años, asesinado de dos tiros en la cabeza.

«La habilidad de Jill para ayudar a que otros entendiesen los temas a los que se enfrentan todos los grupos en Irak no tiene precio», escribió el director del Christian Science Monitor, Richard Bergenheim. «Buscamos urgentemente información sobre la señorita Carroll y estamos explorando todas las posibilidades para asegurar su liberación».

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