El brasileño Fernando Meirelles, recordado por la exitosa Ciudad de
Dios, presenta su nueva película: una historia de amor atravesada por
señalamientos directos a los grandes laboratorios internacionales.
Esta es una historia de amor. Amor profundo, desesperado, lleno de
dudas y remordimientos, sembrado por la impaciencia y la rabia de una
muchacha que forma parte de una ONG que combate los negocios sucios de
los grandes laboratorios internacionales aliados con delincuentes,
vendedores de armas y funcionarios sin escrúpulos, y la mesura inicial
de un hombre que descubre, de la peor forma, el mundo escondido de esa
mujer a quien conoció por accidente durante una conferencia.
Es una historia de amor con el título de El jardinero fiel, escrita por
un narrador formidable, el inglés John Le Carré, quien tiene algunas de
las mejores novelas de la guerra fría convertidas en películas; además
de estupendas historias como La chica del tambor, de George Roy Hill,
sobre el terrorismo israelí y palestino. "Me siento orgulloso de la
adaptación de mi novela y espero que el cine sirva en este caso para que
miles de hombres y mujeres cobren conciencia ante una situación salvaje
y vergonzosa", dijo el autor del libro.
El libro de Le Carré es valiente y numerosas ONG lo han tomado como
fuente para sus peleas con las transnacionales que comercian
descaradamente con la vida de los habitantes miserables del Tercer
Mundo, experimentando en ellos las nuevas drogas que en muchas ocasiones
fracasan, y disfrazando sus fracasos con donaciones o campañas de
caridad, especialmente en África y Latinoamérica.
La versión en cine de esta dura realidad fue posible con la dirección de
Fernando Meirelles. "Pienso que lo que se buscaba, adaptar la novela de
Le Carré y hacerse eco de esas denuncias, se ha logrado de una forma
mesurada, desde la perspectiva de una mujer entregada a su causa hasta
el punto de exponer la vida y la vida del hijo; y la visión y reacción
de un hombre que, aparentemente, era indiferente a las desgracias
ajenas, y mientras busca el rastro de la mujer asesinada, se encuentra a
sí mismo, de una forma sincera y conmovedora", dice el director.
Miles de espectadores en el mundo entero recuerdan la segunda película
de Meirelles: Ciudad de Dios (después de una comedia ácida, Domésticas).
Nerviosa, incisiva, con esa fotografía alucinante que recorre las
'favelas' de Río de la mano de esos chicos que desde los ocho años saben
matar y sólo buscan alcanzar sus quince para cubrirse de gloria, después
de haber ejercido el narcotráfico, el proxenetismo y el robo. Frente a
El jardinero fiel, las opiniones han estado divididas: la han calificado
de engañosa, comercial, oportunista, superficial, complaciente y
esteticista.
"Algunos críticos se han sentido decepcionados porque la película avanza
sobre dos planos narrativos, la historia de amor de los protagonistas y
la lucha de ambos contra las infamias cometidas por los laboratorios
apoyados por gobiernos y delincuentes", acepta el director. Pero El
jardinero fiel tiene ese aliento de documental mezclado de ficción. Es
decir, el cine de denuncia que evita, a diferencia de tantas películas
de los últimos años, convertirse en simple panfleto sin imaginación ni
vuelo.
El espectador siente que las imágenes, por la forma cómo son mostradas,
son verdaderas. Pero al mismo tiempo sabe que se sostienen en esa
historia de ficción, en este caso el romance de un diplomático inglés
(Ralph Fiennes, en uno de sus mejores papeles) con una joven (Rachel
Weisz, sensacional con su sensual impaciencia y ganadora de un reciente
Globo de Oro) que investiga, denuncia, señala, persigue, identifica y
acosa a los traficantes de cuerpos y almas.
O sea, una pareja que nunca debió formarse y que surge supuestamente de
una serie de coincidencias. Al final, uno piensa que ella llegó a amarlo
pero ese matrimonio y ese viaje a África fueron parte de una maniobra
para estar en el campo de batalla, amparada por el aparato diplomático.
"La joven es impulsiva, tiene una rabia provocada por las injusticias
que observa a su alrededor, es idealista y piensa que puede cambiar el
mundo con sus pequeñas acciones", dice Rachel Weisz.
En buena parte, el logro de Meirelles se sostiene en el lenguaje
utilizado, igual al de Ciudad de Dios: esa estructura que camina del
presente al pasado y regresa para que el espectador construya con su
paciente imaginación el drama que comienza con el marido despidiendo a
la esposa y un amigo médico, en el aeropuerto, rumbo a uno de los
rincones africanos más apartados.
Sello personal
El cineasta brasileño Fernando Meirelles ha utilizado sus recursos
formidables para entusiasmar a un espectador que quizás con otro
lenguaje se hubiera sentido menos atraído, menos cercano. Por eso
fascina su estilo visual, que marca muy bien las diferencias
sentimentales, políticas, sociales y físicas de ese doble drama que
avanza, retrocede, regresa, se tranquiliza y repentinamente estalla.
Aunque Meirelles no sea un Kean Loach, ni un Mike Leigh; o un Fernando
León, o un Marco Bellochio, se siente su rabia y sus ganas de denunciar,
y la necesidad que tiene de mezclar los lenguajes del supuesto
documental y la película de suspenso y acción que le garantizan la
cartelera internacional. Por eso la fotografía de los escenarios
europeos aparece fría, académica, reposada.
En contraste, las escenas africanas son tratadas con colores térreos,
salvajes, y una cámara en mano, de primeros planos agonizantes y ángulos
torcidos que ayudan a comprender mejor la confusión y el miedo que reinan.
"Este es uno de los personajes más complejos que he interpretado. Es un
hombre solitario, distante, frío, dedicado a su carrera y sus plantas,
con un sentido muy personal del dolor, el amor, la amistad. Cuando la
muerte y la soledad lo golpean, su transformación se acerca a la rabia y
la rebelión. Y por eso sus últimas semanas de vida se convierten en
auténtica redención", explica Ralph Fiennes.
Sobre el autor del libro en el que se basó la historia, cabe recordar
que su verdadero nombre es David John Moore Cornwell. Trabajó en el
Servicio Secreto británico en Bonn y Hamburgo, y fue denunciado por el
agente doble Kim Philby cuando fue desenmascarado. John Le Carré tiene
algunas de las mejores novelas de la guerra fría convertidas en
películas: El espía que vino del frío, del director Martin Ritt; The
Deadly Affair, de Sidney Lumet; The looking glass war, de Frank Pierson;
La casa Rusia, de Fred Schepisi, y El sastre de Panamá, de John Boorman.
http://www.tdm.com/ArteyCultura/2006/02/20060202-261989.htm<http://www.tdm.com/ArteyCultura/2006/02/20060202-261989.htm>
martes, febrero 07, 2006
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario