Con el mayor sigilo, el miércoles de esta semana fue evacuada
la casa diocesana San Ignacio de Loyola, que la Iglesia de San Nicolás
mantuvo durante diez años en la unidad castrense en la que se planificó
el asesinato del obispo Carlos Horacio Ponce de León. El cartel que
identificaba el local, colocado debajo de la garita de guardia, fue uno
de los símbolos más estridentes de la complicidad de la jerarquía
eclesiástica con la última dictadura militar. Ponce de León fue el
segundo obispo asesinado por aquél gobierno, el 11 de julio de 1977, un
año después que el obispo de La Rioja, Enrique Angelelli. En ambos
casos se simularon accidentes de tránsito. En 1996, cuando esa unidad
de ingenieros del Ejército fue desactivada, el Obispado de San Nicolás
(entonces a cargo de Mario Maulión) recibió en comodato sus
instalaciones. Como encargado de esa casa diocesana de retiros quedó el
sargento retirado del Ejército Carlos Nilson Suárez, el hombre que
firmaba los inventarios de bienes luego de los saqueos en casas de
personas detenidas-desaparecidas. Cinco días después del 30º
aniversario del golpe de 1976, colchones, muebles y el cartel delator
fueron retirados de la ex unidad militar.
Casi al finalizar la dictadura Adolfo Pérez Esquivel y los obispos
Jaime de Nevares, Jorge Novak y Miguel Hesayne denunciaron el asesinato
de Angelelli ante la justicia riojana, que en 1986 lo consideró
probado, aunque no identificó a sus autores. El Episcopado sigue sin
asumir lo sucedido. En una declaración emitida en 2001 aun sostiene que
Angelelli “encontró la muerte” y que “la muerte lo encontró”. El caso
de Ponce de León ha sido aún más olvidado y su obra al frente de esa
diócesis industrial es tan poco conocida como las circunstancias de su
muerte. Sin embargo, desde el año pasado el juez federal de San Nicolás
Carlos Villafuerte Ruzo la está investigando.
Hostigamiento
Durante la primera asamblea plenaria del Episcopado posterior al golpe,
en mayo de 1976, Ponce de León había informado del hostigamiento y las
humillaciones a que era sometido y fue uno de los que más insistió en
la necesidad de un pronunciamiento público firme, cosa que el
Episcopado rechazó pero el gobierno supo. El asesinato de los palotinos
de San Patricio lo golpeó más que a nadie, porque estaba relacionado
con varias de las víctimas. El sacerdote Alfie Kelly era su confesor y
amigo. El seminarista Salvador Barbeito era íntimo amigo de uno de los
sacerdotes de San Nicolás, José Aramburu, con quien había cursado el
seminario. Otros palotinos daban clases en el seminario nicoleño. Ponce
de León decidió dispersar a los seminaristas de su diócesis porque
temía que fueran los siguientes.
San Nicolás ocupó un lugar central en los proyectos del nacionalismo
militar y del industrialismo peronista y fue el origen de un polo de
desarrollo económico y urbano que se extendió hacia Villa Constitución
y Campana. La evangelización de los núcleos obreros fue una de
lasprioridades del Obispado. Los Encuentros del Pueblo de Dios, los
campamentos de jóvenes, las peregrinaciones provocaron reacciones
hostiles de los sectores tradicionalistas. La izquierda peronista y el
marxismo, que en esa zona alcanzó implantación obrera, confrontaban
desde comisiones internas y sindicatos, con la línea peronista ortodoxa
de la Unión Obrera Metalúrgica, a la que ganaron la conducción de Villa
Constitución en elecciones limpias. En marzo de 1975 la presidenta
Isabel Perón despachó una caravana de un centenar de vehículos con
hombres armados para desmantelar toda organización independiente. Ponce
de León viajó a Buenos Aires para tramitar la libertad de los nicoleños
detenidos. Los activistas gremiales que no perdieron la libertad o la
vida entonces fueron secuestrados y asesinados después del golpe
militar, que designó como ministro de Economía al presidente de
Acindar, la siderúrgica de Villa Constitución, José Alfredo Martínez de
Hoz.
El dueño de casa
El primer informe posterior al golpe que firmó el jefe del área 132 y
del Batallón de Ingenieros de Combate 101, teniente coronel Manuel
Fernando Saint Amant, calificó a Ponce de León como “enemigo acérrimo
de monseñor Bonamín” y dijo que dirigía al Movimiento de Sacerdotes
para el Tercer Mundo que, a su vez, había copado la diócesis. El obispo
llegó a Ramallo durante un gran operativo militar frente a la parroquia
y se abrió paso entre los soldados. Saint Amant se sorprendió al verlo
sentado frente al escritorio de la casa parroquial:
–¿Qué hace usted aquí?
–¿Qué hace usted? Yo soy el dueño de casa.
–¡Qué servicio de informaciones tienen! –se fastidió el militar, que lo trataba como si fuera el jefe de un Ejército enemigo.
El obispo le exigió un inventario de todo lo que requisaron, incluyendo
un mimeógrafo. Esos inventarios eran la especialidad del sargento
Suárez. Ponce de León había ordenado a sus sacerdotes que no
pernoctaran solos en sus parroquias, que trataran de dormir en casas de
los fieles, de modo que siempre hubiera alguien que pudiera avisar.
Poco antes de la Semana Santa de 1976, Ponce de León visitó a Saint
Amant para reclamar la libertad de ocho sacerdotes de distintas
parroquias que habían sido detenidos y estaban alojados en los
cuarteles de San Nicolás.
–Yo me quedo detenido también hasta que los liberen –dijo el obispo.
–Usted ya está detenido, lo tenemos bien controlado y tiene que venir a informar de cada cosa que haga –respondió el militar.
–Si tengo ocho parroquias sin sacerdote, voy a suspender la celebración de Semana Santa –le comunicó Ponce de León.
Saint Amant liberó a los ocho sacerdotes frente al Obispado y sin
ninguna explicación. Ponce de León nunca cumplió con la intimación de
presentarse al cuartel.
Inteligencia militar
El informe de Saint Amant sobre Ponce de León afirma que en San Nicolás
los grupos más importantes de Montoneros salieron de la “Iglesia”
(comillas en el fabuloso original) y con deliberada despreocupación por
los matices anuncia que “hablaremos indistintamente de Juventud
Peronista, de Montoneros y de Peronismo Auténtico”. No se trataba sólo
de hablar.
La indiferenciación se extiende luego también al ERP y “a los hechos
guerrilleros de Villa Constitución”, como llamaba a la organización
sindical de los trabajadores al margen de la conducción de la UOM.
Coincidía con él Ricardo Balbín, presidente de la Unión Cívica Radical
(UCR). Poco ducho en el arte de la metáfora y obsesionado con los
sacerdotes tercermundistas, Saint Amant informó que “esos pastores son
lobos vestidos de ovejas”. Como estaba en juego el “Ser o no ser de
laPatria” había que atacar al enemigo en todos los frentes porque “se
vale indistintamente de la pornografía, del liberalismo, del
capitalismo, de los medios de comunicación, del freudismo, de los
partidos políticos, de la pobreza, de la explotación de las
injusticias, de la UNESCO, de la declaración de los derechos humanos,
etc”. Los tres motivos por los que, según el jefe del área, esos
sacerdotes no hacían definiciones subversivas públicas y explícitas,
equivalen a un reconocimiento de que no practicaban ninguna actividad
armada ni simpatizaban con la guerrilla:
a. miedo (hasta hace poco han creído que por ser sacerdotes no les pasaría nada. Ahora tienen miedo).
b. astucia.
c. en parte por a. y por b., en otros casos porque consideran a los
guerrilleros tal vez como desubicados porque entienden que el proceso
de marxistización (‘socialización’) debe nacer del pueblo y los
guerrilleros lo quieren imponer a la fuerza. PERO NUNCA POR
CONVICCIONES ANTIMARXISTAS. Esto debe quedar bien claro”.
“Fuerza enemiga”
Saint Amant vaticina que, en alianza con partidos políticos, el
resentimiento peronista, los grupos marxistas no destruidos “y los
infaltables idiotas útiles, tontos y democráticos que pidan
elecciones”, la Iglesia será “la principal fuerza enemiga”. Por ello
propuso operar sobre Ponce de León. Según la doctrina católica,
escribió, el obispo es sucesor directo de los Apóstoles, la unión con
la Iglesia se hace mediante la unión al obispo y fuera de la Iglesia no
hay salvación. Los católicos que se cuestionan la actuación del obispo
“piensan que ponen en juego su salvación eterna”. Por eso “hace falta
lucidez intelectual y cierto coraje para entender que un obispo es
traidor a la Iglesia, y para obrar sin el respeto que la doctrina
enseña para con el sacerdote cuando éste está destruyendo su Patria y
su fe”. No sería posible tener éxito en la lucha contra la subversión
“si no se erradican los males expresados”, decía.
En San Nicolás estaban organizados los Legionarios de Cristo Rey, a
quienes el obispo acusaba de vinculaciones con el arzobispo cismático
francés Marcel Lefébvre y había un núcleo integrista de Tradición,
Familia y Propiedad. Entre esos laicos que llegaron a denunciar a Ponce
de León ante la Nunciatura estaba Héctor Hernández, hermano de un
sacerdote. Para manifestar su hostilidad hacia el obispo, Hernández
llegó a leer un libro en forma ostensible mientras Ponce de León
pronunciaba una homilía. Hernández era colaborador habitual de la
revista integrista Mikael, que editaba el Arzobispado de Paraná a cargo
del vicario general castrense Adolfo Tortolo y dirigía el sacerdote
Alberto Ezcurra Uriburu, fundador de la Guardia Restauradora
Nacionalista. Junto con el informe de Saint Amant, el archivo de la
Cancillería guarda el esquema manuscrito en el que se inspiró, con las
líneas internas, los nombres y las alcahueterías sobre los sacerdotes
de San Nicolás. Está escrito con una letra elegante, parecida a la del
laico Hernández, quien entonces era abogado de Somisa y hoy es defensor
oficial en los Tribunales Federales de San Nicolás.
Según Saint Amant, Ponce de León, “vive atemorizado” y en sus sermones
dice que recibe permanentes amenazas. Los colaboradores del obispo
dicen que las amenazas las formulaba Saint Amant, quien lo llamaba
“obispo rojo”. Cuando Ponce de León intercedió por varias personas
desaparecidas, el militar le respondió:
–Sí. Yo los detengo. ¿Y qué? Voy a hacer desaparecer a todos los que
están con usted, y a usted todavía no puedo porque es obispo.
Las amenazas al obispo llegaban primero por carta y por teléfono, pero
luego pasaron a ser personales, con insultos en la calle cuando salía a
caminar. Una de esas cartas decía: “Antes fue Angelelli, ahora te toca
a vos”. Otra anunciaba: “Preparate porque en julio se te acaba”. En
ambas lafirma era el dibujo de un ataúd. Sus colaboradores más próximos
sentían que Ponce de León estaba “cercado, tenía los teléfonos
controlados”.
El choque
Dos oficiales de policía llegaron al sanatorio de Buenos Aires donde
estaba internado el seminarista nicoleño Nicolás Gómez. Querían saber
quién era su obispo, si vendría a visitarlo, y cuándo. Gómez y su padre
respondieron que Ponce de León les había prometido que vendría la
mañana del lunes 11. Tenía también otros motivos para el viaje. Había
preparado una carpeta para la Nunciatura Apostólica con datos sobre
secuestros y torturas en San Nicolás y Villa Constitución. Uno de sus
sacerdotes afirma que era una carpeta azul con el título “Asesinato de
los padres y seminaristas palotinos”. Con esa documentación salió a la
ruta, acompañado por el laico Víctor Oscar Martínez, de 19 años, quien
cumplía con el servicio militar obligatorio en la Prefectura de San
Nicolás. El obispo era su tutor judicial desde que el muchacho tenía
doce años. A las 6.40 de la mañana, cuando aun no había amanecido, el
auto Renault 4 del Obispado fue embestido en la ruta 9 por una pick-up.
Atendido en primer momento en Ramallo, Ponce de León fue trasladado a
la clínica San Nicolás en “coma profundo, con fractura y hundimiento de
cráneo” según la instrucción policial.
Pero la presunta fractura no aparecerá luego en el informe del
sanatorio donde fue atendido. Su historia clínica, si la hubo, no quedó
archivada. Tampoco se citó a declarar ni se solicitó documentación a la
clínica de Ramallo a la que Ponce de León fue llevado en primer
momento. Sólo su madre pudo verlo. Ni siquiera a su médico personal se
le permitió pasar a la sala de terapia intensiva. La documentación que
llevaba desapareció. Nunca se practicó un peritaje accidentológico ni
de ingeniería mecánica para establecer cómo se produjo la colisión. En
ningún lado consta que se haya realizado la autopsia, aunque ni el
médico policial ni un forense hicieron un examen externo del cuerpo
para determinar causas evidentes de muerte que la hicieran innecesaria.
Tampoco hay un certificado médico que establezca los motivos de la
defunción. La clínica donde el obispo agonizaba fue rodeada por fuerzas
militares y policiales y lo mismo ocurrió con la Catedral luego de su
muerte, tal como había sucedido en La Rioja cuando el asesinato de
Angelelli. Los militares temían una reacción popular porque nadie creía
que se hubiera tratado de un accidente. El expediente judicial contiene
irregularidades y omisiones más graves. Contra lo usual, la policía
devolvió los vehículos y su contenido sin que se certificara la
propiedad de cada uno y no describió el contenido de los dos
portafolios que llevaba Ponce de León.
Tres versiones
El conductor de la pick-up F100, modelo 77, Luis Antonio Martínez,
declaró que debió frenar en forma brusca para no embestir a un
colectivo. Como la ruta estaba mojada, la camioneta patinó y se cruzó a
los trompos sobre la otra mano, por donde avanzaba el Renault. Nada se
hizo para determinar por qué no quedaron huellas en el pavimento. Ni la
policía ni el juez buscaron testigos del choque. Tampoco identificaron
al colectivo ni al chofer y sus pasajeros que podrían haber relatado lo
sucedido. La escueta instrucción judicial no verificó si las heridas
que causaron la muerte del obispo eran compatibles con los daños del
vehículo en que viajaba. Nunca se estableció quienes llevaron al obispo
moribundo al hospital ni en qué vehículo.
Luis Antonio Martínez dijo que él y su acompañante en la pick-up,
Carlos Sergio Bottini, viajaban hacia Entre Ríos “por razones
comerciales” de la empresa Agropolo S.A. dedicada a negocios
agropecuarios y propietaria de la pick-up. Bottini se identificó como
directivo de Agropolo, con domicilio en Viamonte 1866, de la Capital,
esto es, a pocos metros de lasede del batallón de Inteligencia 601 del
Ejército. Todos los edificios vecinos a esa unidad operativa eran por
entonces propiedad del propio batallón. El juez le devolvió la
camioneta, pero en el expediente no quedó constancia de la
documentación que acreditaba su propiedad. Ni la existencia real de
Agropolo, ni sus negocios fueron objeto de constatación.
Cuando la policía buscó los antecedentes de Luis Antonio Martínez, la
empresa en que trabajaba ya no fue mencionada como Agropolo sino como
Don Paco. Recién dos meses después el juez Oberdán Andrín, cuñado del
ex hombre fuerte del peronismo San Nicolás, José María Díaz Bancalari,
escuchó por primera vez a los tripulantes de la pick-up. El 18 de julio
de 1978, condenó a Martínez a seis meses de prisión, dejó la pena en
suspenso y lo inhabilitó para manejar durante cinco años. La única
descripción de lo sucedido en todo el expediente es la del condenado
por homicidio culposo. Aun así, en la apelación surgieron dudas sobre
su relato. En setiembre de 1978 la Cámara de San Nicolás destacó que el
conductor había dado tres versiones distintas de lo sucedido. Los
camaristas se limitaron a afirmar que en cualquier caso su
responsabilidad era indudable y confirmaron la condena pero no les
interesó profundizar en las causas del cambio de versión. Nadie tomó
declaraciones sobre las amenazas y persecuciones al obispo, que todos
conocían en San Nicolás.
La intervención
Las amenazas a los colaboradores del obispo continuaron después de su
muerte. Les exigían que abandonaran el trabajo pastoral en las villas y
con los obreros de la zona. Muchos de ellos partieron al exilio. El
nuncio Pío Laghi envió como administrador apostólico al obispo Oscar
Justo Laguna, cuya llegada fue vivida por el clero como una
intervención porque abandonó la línea pastoral de Ponce de León.
Uno de los sacerdotes del presbiterio nicoleño, José Karamán, califica
como “nefasta” la gestión de Laguna. “Su misión fue desarmar lo que
Ponce había armado”. Afirma que frente a una diócesis dolorida actuó
con histeria. “Nos decía que parecíamos las viudas de Ponce y que
estaba harto de oír hablar de él. ¿De qué quería que habláramos, de
Lola Flores?” También considera que actuó con soberbia, haciendo pesar
sus conocimientos teológicos ante sacerdotes de menor formación. Además
tuvo miedo de interceder por “unos muchachos que habían sido
detenidos”, lo cual provocó un serio incidente en el que un sacerdote
amagó con pegarle y otro se interpuso para impedirlo. El retrato se
completa con alusiones a la prepotencia que usó en la relación con los
presbíteros. “Manejaba información y había averiguado vida y milagros
de los curas”. Creía que eran “tipos peligrosos”. Luego de recorrer la
diócesis “se sorprendió porque celebrábamos misa normalmente. ¿Qué
esperaba, alguna orgía?” Sin embargo, cuando Saint Amant protestó por
la continuidad del párroco de la Catedral, Carlos Pérez, quien se había
negado a recibir al vicario castrense Tortolo para la confirmación de
200 soldados, porque “su figura es mal vista por el clero diocesano”,
Laguna no aceptó removerlo.
La biografía oficial de Laghi, en cuya redacción Laguna se atribuye una
parte decisiva, incluye juicios críticos hacia Ponce de León y
Angelelli. “Para actuar en favor de los más necesitados no era
inevitable caer en los extremismos” de ambos, que habían “alcanzado
niveles de fuerte radicalización teológica y pastoral”, dice. Mientras
duró su intervención en el Obispado, Laguna designó para representarlo
en la causa penal al abogado Luis Alberto Gritti, quien en ese momento
era Delegado en San Nicolás de la Fiscalía de Estado de la Provincia de
Buenos Aires. A sus órdenes trabajaba el laico Hernández, pero también
el abogado Héctor García Huerta, quien en la misma causa asumió la
defensa del conductor procesado, Luis Antonio Martínez. Los tres eran
amigos personales. Grittiy Hernández son incluso parientes políticos.
Gritti reconoció su firma en el viejo expediente penal pero dijo que
nunca supo que su compañero de oficina García Huerta hubiera sido el
defensor del hombre que manejaba la camioneta que causó la muerte del
Obispo. Lo espera una denuncia por falso testimonio.
Expedientes
Además del expediente provincial por la muerte de Ponce de León hubo
una causa federal paralela. En 1984 fue solicitada por el Consejo
Supremo de las Fuerzas Armadas. Del juzgado federal de San Nicolás la
retiró la Policía Federal, pero al CONSUFA nunca llegó. El expediente
provincial también se consideraba perdido. Había sido retirado del
archivo en 1997 por el juez provincial nicoleño Alberto Moreno y desde
entonces se le perdió el rastro. Un día de 2004, el fiscal interino de
San Nicolás Juan Patricio Murray tocó la puerta del despacho del
defensor oficial Héctor Hernández, e ingresó sin esperar respuesta.
–Acá estamos matando un obispo –bromeó el prosecretario administrativo
de la Defensoría, Luis Ré (un viejo funcionario judicial, hijo de un
militar).
Murray se acercó y vio sobre el escritorio de Hernández un viejo
expediente abierto en una página con fotos de dos vehículos después de
un choque. De pie junto a Hernández, la empleada Franca Padullo
observaba las fotos. Muy molesto con la situación, Hernández explicó:
–Franquita tenía la versión transmitida por sus padres de que al obispo
Ponce de León lo habían asesinado en la época del Proceso, y yo le
estaba mostrando el expediente para que verificara que había sido un
accidente, que no era posible que personas honorables como un juez, su
secretario, un fiscal, un abogado defensor, tres jueces de Cámara, un
secretario y un fiscal de Cámara se hayan puesto de acuerdo para hacer
aparecer como accidente un atentado.
Murray se retiró sin hacer comentarios. Pocos días después el
expediente reapareció en el archivo. Hombre de otra generación, Murray
descubrió en él la abrumadora serie de irregularidades cometidas por la
policía y el juez Andrín y requirió el pase de la causa al fuero
federal donde ahora por fin, se podrá hacer justicia por el asesinato
de Ponce de León.
miércoles, abril 05, 2006
Argentina: Tradición, Familia y Propiedad. Crimen en la ruta
El auto de Ponce de León después del choque y la camioneta que conducía Martínez.
El 11 de julio de 1977 el obispo de San Nicolás, Carlos Ponce de
León, fue asesinado en la ruta. Como en el caso de Angelelli, se simuló
un accidente de tránsito. El regimiento en el que se planificó el
crimen fue cedido en comodato a la Iglesia, que lo usó hasta esta
semana como casa de reposo y ejercicios espirituales. Su encargado fue
el militar que firmaba los inventarios después de los saqueos. El papel
del obispo Oscar Justo Laguna y la reapertura de la causa, ahora en la
justicia federal.
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